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JUGAR EN LA SELECCION: EL SUEÑO DEL PIBE
Me acuerdo como si fuera hoy. Un sábado a la tarde como cualquiera, en la vieja cancha de Argentinos Juniors, en plena Paternal. Tercera fecha del torneo Apertura de Inferiores. Jugaba en la Octava del Bicho, en el mismo equipo que había salido campeón invicto en Novena. Era el 18 de marzo de 1995 y enfrentábamos a Ferro. Ganamos ese partido por goleada y yo, jugando como volante central, convertí tres goles. Me fui chocho de la vida, pasé por casa y luego me fui a Parque a ver partidos de baby fútbol. Como un sábado más. Pero no era un día más. En las tribunas de la cancha de Argentinos había una persona que había venido especialmente a ver mi juego: el ayudante de campo de la Selección juvenil. "Cuchu, mirá que estuvo Hugo Tocalli", me contó César La Paglia, que jugaba en una categoría más grande que yo y a su vez estaba entrenando con la Selección Sub 17. La esperanza de ser convocado para la Selección la tenía, pero me parecía casi imposible que faltando apenas dos meses para el Sudamericano de Perú eso pasara. El domingo 19 estuve en casa con mi familia y nada alteró el ritmo de mi rutina diaria. Es más, me acuerdo que estaba toda la familia cenando y mirando "Fútbol de Primera", hasta que el sonido del teléfono marcó un quiebre en la comida. "Esteban, es para vos", me dijo mi mamá. Fastidioso porque me interrumpían los goles, contesté: "¿Quién es?". Mi madre, todavía asombrada, me respondió: "Pekerman". Debo ser sincero: lo primero que pensé fue que era una broma, pero no. Comenzamos la conversación y era la voz de José, el técnico de las Selecciones Juveniles, que me dijo: "Cambiasso, lo quería convocar para entrenarse con el Sub 17, lo esperamos mañana por la tarde en el predio de la AFA". José fue breve, pero conciso. El sueño del pibe comenzaba a cumplirse. La noche del domingo me costó dormirme y antes de acostarme hablé por teléfono con César La Paglia para encontrarnos e ir juntos a la AFA. Cada movimiento del lunes 20 de marzo del 95 fue especial. Llegar a Viamonte al 1300 para tomar el micro Chevallier que nos llevaría a Ezeiza, entrar al predio por primera vez, cambiarme en el mismo vestuario donde lo había hecho Maradona. Era un sueño. "A correr muchachos", gritó Eduardo Urtasun, el preparador físico de la Sub 17. En un costado estaban Pekerman y Tocalli. Y cuando iba a empezar a trotar, escucho: "Venga, Cambiasso". Los dos técnicos me llamaron y me dijeron: "Sabemos que tiene edad para jugar el próximo Sub 17, pero si lo trajimos es porque si está para jugar no lo queremos hacer esperar dos años. Si le vemos condiciones, va a formar parte del plantel que jugará el Sudamericano. Ahora todo depende de usted". Fue muy fuerte, porque tenía una gran posibilidad al alcance de la mano, pero también tenía que luchar contra chicos que estaban trabajando con el cuerpo técnico desde octubre del 94. Corría con seis meses de desventaja y, además, mientras ellos en enero y febrero estuvieron entrenando yo había estado descansando de vacaciones en la pileta. Y esto sin contar que todos mis compañeros me llevaban un año y medio o dos de diferencia. Al margen de la alegría de estar ahí, no paraba de sorprenderme. Fue ingresar en un mundo nuevo: la ropa lista para entrenar, encontrarse con compañeros más grandes... pero todo se me hizo más fácil porque había varios chicos de Argentinos. Hay una anécdota que recuerdo claramente: hacíamos abdominales, y siempre había un jugador que contaba. Cuando me tocaba a mí, me moría porque no estaba acostumbrado a tantos ejercicios. Fue difícil, pero los días pasaban y yo seguía en la Selección, que era lo que deseaba. El Sudamericano se acercaba, algunos chicos iban quedando en el camino y yo estaba ahí todavía. Luego llegó la lista definitiva para ir a Perú y no lo podía creer. Apenas tenía 14 años e iba a jugar el Sudamericano Sub 17, y con la camiseta de la Selección. Más no podía pedir. Ahora, mirando hacia atrás, me doy cuenta de que nunca tomé conciencia de la dimensión de las cosas. Por ejemplo, antes del Sudamericano vino Adidas y nos dio tres pares de botines a cada uno, y nosotros no entendíamos nada. Fue como tocar el cielo con las manos cuando nos dieron las primeras camisetas de la Selección con el apellido de uno en la espalda, no querés dárselas a nadie. Querés que queden todas en tu casa para siempre. Son momentos que en mi vida no me voy a poder olvidar. Si bien el cuerpo técnico me vio jugando de cinco, apenas llegué me pusieron como lateral volante por la izquierda. Y esto se dio porque en la Sub 17 jugaba de cinco Leonardo Avila, quien estaba pasando un gran momento. Ya en el Sudamericano arranqué como titular, pero no jugaba todos los partidos, porque eran cada tres días y no llegaba físicamente: es decir, jugaba un partido y descansaba otro. Clasificamos justito, porque al Mundial de Ecuador iban dos y nosotros salimos segundos. En la última fecha nos tocó contra Brasil y nos jugábamos el pase a Ecuador, pero en el partido anterior se dio un resultado y antes de empezar ya sabíamos que estábamos adentro, nuestra meta. Fue una tranquilidad porque Brasil estaba mejor, pero soñábamos con salir campeones, porque en el Sub 17 es cuando más te permitís soñar. Aunque perdimos ese partido, ese viaje fue quizás el más lindo de todos: cuando uno es tan chico, no mide dónde está y se permite ser más feliz. A pesar de todo lo que nos jugábamos nos divertíamos un montón, en las habitaciones, en el micro, en el entrenamiento y en eso todo el cuerpo técnico de la Selección tiene mucho que ver: desde el utilero, hasta el entrenador más importante. Lo que más me quedó grabado del Sudamericano fue lo siguiente: cuando terminó el partido que perdimos contra Brasil, yo no paraba de llorar a pesar de que habíamos clasificado. El Profe Urtasun, al que le tengo un aprecio especial, me dijo "Bueno, bueno, calmate", y yo gritando le contesté: "Qué bueno, no podemos perder este partido, partidos como éste no hay más". Y él me respondió: "No llorés. ¿Sabés las finales como ésta que vas a jugar?". La verdad es que con el correr del tiempo debo reconocer que las palabras que en ese momento pensé que eran sólo para levantarme el animo, terminaron convirtiéndose en realidad. Cuando volvimos de Perú, en el colegio me recibieron de forma espectacular, con mucho afecto: hasta habían hecho afiches con las fotos mías de los diarios. Mis compañeros del San José siempre quedarán en mis recuerdos. También cuando regresamos del torneo el trato con la gente comenzó a ser diferente, muchos te preguntaban cosas, algunos te conocían por la calle. Es que el boom de los juveniles en la Argentina, con la llegada de Pekerman, fue impresionante. Jugar el Sudamericano era un sueño cumplido, pero nadie tenía un puesto asegurado. Fueron dos meses en los que nadie jugaba en los torneos de AFA y todos nos preparábamos a full para el Mundial. Sabíamos que luchábamos contra Brasil que era más, contra el compañero que tenías al lado, contra el chico nuevo que venía. Nadie se quería perder el Mundial. Entrenábamos a muerte. Pese a esa exigencia que cada uno de nosotros se imponía, logramos formar un grupo increíble, una verdadera barra de amigos. Y llegó el torneo más esperado, el deseado por todos. Arrancamos el mundial y me acuerdo que estábamos en el mismo hotel los cuatro equipos del grupo: Costa Rica, Guinea y Portugal. Nosotros vivíamos concentrados en el objetivo, hacíamos doble turno y los portugueses comprando cosas y paseando por las calles del lugar. En ese momento teníamos bronca por esta diferencia y siempre el Profe Urtasun nos aseguraba: "Qué compren, qué compren. Van a ver la diferencia en la cancha". En el debut les ganamos 3 a 0. Y ahí le dimos la razón: "Nosotros no vinimos de shopping, sino a ganar el torneo". Fuimos pasando diferentes rondas y llegó la semifinal con Brasil. Volvimos a perder como en el Sudamericano, pero esta vez fue por un accidente: la expulsión de La Paglia nos marco cuando mejor estábamos jugando, aunque perdíamos 1 a 0. Pero la suerte no estaba con nosotros: después de que expulsan a César, nos perdemos un gol increíble y en la contra nos hacen el segundo, y después el tercero en la hora. Ahí pensé "una oportunidad como ésta no la tengo más". Era el Mundial y la última posibilidad. Estábamos muertos y todos pensaban que no nos íbamos a recuperar para jugar por el tercer puesto. Pero llegó el partido con Omán, y la ilusión que tenés a esa edad y el amor a la camiseta revierte todo. Y quedó a la vista: demostramos que estábamos enteros jugando un gran partido. Para mí, fue especial: convertí mi primer gol en la Selección y uno de los más lindos de mi carrera, además por la importancia que tenía hacerlo en un Mundial. Incluso, es el día de hoy que mucha gente me recuerda ese gol. Cuando volví me di cuenta de que un Mundial es diferente a todo. La gente nos reconocía, y más porque ese equipo quedó grabado en la memoria de los hinchas a pesar de no ser campeón. Creo que ése fue el mejor equipo que integré en mi etapa de Juveniles. Era muy completo: Daniel Islas se atajaba todo; atrás jugaba el Negro Roldán, Diego Trotta y Facunco Elfand, que eran muy seguros y te la daban bien; en el medio estaban Aldo Duscher, Leo Avila, y yo por la izquierda; tres enganches, La Paglia, Peralta y Aimar, y un delantero, Fernando Gatti. Ahí quedó claro que cuando Pekerman tiene tiempo para trabajar, saca ventajas sobre el resto. Disfrute mucho jugando en ese equipo. Mucha gente nos felicitaba, por el fútbol y por la imagen que dejó el plantel. Ese torneo fue una demostración para mí de que el resultado es relativo, y que cuando un equipo da espectáculo también queda en el recuerdo de los hinchas.