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LA LLEGADA AL REAL MADRID
Soñar es una necesidad de la vida, pero cuando uno es joven se permite soñar más aún y sin pensar en la realidad. Simplemente es pensar en algo que a uno le gustaría hacer. Después de tomar la decisión de jugar al fútbol, siempre añoraba jugar en un gran club de Europa. Y esa posibilidad no sólo la tuve, sino que además me llego mucho antes de lo que yo podría haber soñado alguna vez. El Real Madrid llamó a mi puerta en junio de 1996. Y digamos que es imposible decir que no a un club así, a pesar de las cosas que tendría que cambiar en mi vida adolescente. Yo había ido a jugar el Mundialito Sub 21 de Toulón y mi regreso al país venía con novedades: me quería el Real Madrid. Mucho no entendía lo que estaba pasando porque apenas tenía 15 años y todo me parecía extraño. Pero era verdad, mi papá me mostró el fax que mandaron los dirigentes del club español y me di cuenta de que venía muy en serio. Desde el primer momento la idea me atrapó y por eso estaba decidido a irme. Y cuando los dirigentes también quisieron llevar a mi hermano Nicolás, todo era redondo. Entonces, ya con la idea de irnos, mi papá viajó a España, se reunió con los dirigentes del Real y no tardaron en ponerse de acuerdo. Con todo listo llegó lo más difícil, despedirse de los seres queridos. Pero sentía que estaba haciendo lo que soñé, que no podía dejar pasar una posibilidad de esa magnitud, ya que no todos los días el Real Madrid se fija en un jugador argentino. Y después de muchos abrazos con mis familiares y amigos, el 27 de junio de 1996 nos fuimos con Nico rumbo a España. El 28 de junio bien temprano estaba en Madrid. Y a los pocos días llegaba a Suiza para hacer la pretemporada con el plantel profesional del Real. Hasta hacía unos días yo los veía sólo por televisión y ahora compartía todo con ellos: los entrenamientos, los almuerzos, las cenas, las charlas. Lo que más recuerdo de esos días en Nyon es la perfección con la que se trabaja: todos los elementos que un jugador necesita, mucha puntualidad y también seriedad. Me tocó compartir la habitación con el yugoslavo Petkovic, que por suerte hablaba español, ya que hacía bastante tiempo que estaba en el club. Pero para mí lo más importante fue compartir esos 15 días con mi ídolo, Fernando Redondo. Me parecía increíble hacer el precalentamiento con él, jugar en el mismo equipo, sentarme en la misma mesa, poder hablarle. Fue todo muy fuerte porque yo lo tenía en pósters en mi habitación y a los 15 años estábamos compartiendo una pretemporada. También habían llegado los nuevos refuerzos del Real, que eran Roberto Carlos, Seedorf, Mijatovic y Suker, pero la mayor admiración yo la sentía por Redondo. ¿Cómo me trató Fernando? Bárbaro, diez puntos. Al principio me costaba intentar hablarle porque me daba cosa molestarlo. También, como en todas las pretemporadas, se hacen partidos amistosos y a mí me tocó jugar alguno con esas estrellas. Incluso en uno de esos partidos hasta me hicieron un penal. El hecho de jugar con los más grandes y de compartir un partido con Redondo me parecía un flash, fueron momentos únicos que recuerdo con mucha alegría. Cuando terminé la pretemporada llegó el momento de mudarnos y comenzar vivir en Madrid. Lo que íbamos a emprender con Nico no era fácil, ya que éramos muy chicos, pero mirando para atrás debo decir que la pasé muy bien porque mi hermano es súper compañero, es un gran tipo. Eso sí: extranábamos muchísimo a nuestro hermano mayor Federico. La verdad es que todo lo que aprendimos con Nicolás y el estar tan unidos hizo que el primer año fuera más ameno de lo que imaginábamos. ¿Quién nos ayudó a adaptarnos? Por suerte, en esos momentos vivía en Madrid Leonardo Biagini, quien jugaba en el Atlético de Madrid, que como ya había pasado por esa situación de estar lejos de su país nos transmitió su experiencia. Además, estábamos todo el tiempo en su casa junto con su familia. ¿Si paseábamos? Un poco. No éramos muy turistas, sólo íbamos a lugares cercanos. En lo futbolístico las cosas no iban muy bien que digamos porque como éramos muy chicos en el Madrid no nos querían poner, y por eso fuimos a practicar con el equipo B de la institución, que jugaba en la Segunda de España, que es un torneo durísimo. En ese equipo pude jugar menos de diez partidos, ya que los encuentros son muy luchados y ellos no querían que me lastimaran. La verdad es que me moría de ganas de entrar a la cancha y jugar un partido entero, pero nunca me dieron continuidad. Encima, el equipo descendió a la Segunda B, así que había que empezar a remarla desde más abajo. Con un año de experiencia, las cosas habían cambiado radicalmente. Ya no estaba Leo Biagini, que había sido transferido al Mérida, y el año pintaba muy duro porque estaba confirmado que tanto yo como Nicolás íbamos a seguir perteneciendo al equipo que iba a disputar el difícil torneo de la Segunda B, es decir, la tercera categoría de España. Aunque las cosas pintaban mal, ése fue un gran año en España. ¿Por qué? Conocimos a una familia argentina que tenía un negocio en el centro de Madrid y nos hicimos muy amigos. Con los Goñi estábamos todo el día, éramos parte de su familia y eso hacía que la pasáramos bárbaro. Ibamos a su casa, comíamos asado, jugábamos a las cartas. El tiempo se nos pasaba volando. Además, ellos comenzaron a ser nuestros hinchas número uno. Y en lo futbolístico tuve la posibilidad de tener continuidad en un torneo también difícil. Jugaba de volante central y disputé un buen campeonato. Jugué el 90% de los partidos, convertí muchos goles y nos clasificamos para las finales. Pero no pudo ser todo redondo, ya que perdimos la final del ascenso frente al Barcelona B. De esos dos años que viví en España, rescato que me sirvieron para madurar. Fue una responsabilidad grande manejar una casa junto con mi hermano Nicolás. Y en lo futbolístico me sirvió para conocer el medio, para jugar en las categorías de ascenso y para hacerme fuerte también desde el plano físico. No fue lo ideal, pero todo sirve. Depende de uno saber aprovechar las cosas para seguir creciendo en lo humano y en lo profesional.